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Ciudadano ejemplar.

Gonzalo Campos Suárez (Palma de Mallorca, 1976) es médico, escritor y dramaturgo, y reside en Málaga desde su infancia.

Ganador del II Certamen Internacional de Textos Dramáticos convocado por el IV Festival de Teatro Español en Atenas por su obra En las nubes, va a ser traducido próximamente al griego en edición bilingüe por la editorial griega IASPIS.

Es autor de las obras teatrales El baile de los incoherentes, estrenada por la compañía La Bohëmia en el Teatro Echegaray de Málaga, dentro del Programa Oficial del 35 Festival de Teatro, y Ninfolepsia, estrenada por la compañía La Coracha Teatro en la Sala Joaquín Eléjar de Málaga, en noviembre de 2018, y publicada por el sello Ediciones Invasoras, con prólogo de Alfonso Zurro.

Su obra Del color de la sombra (catarsis de una mujer rural), se estrenó en la localidad africana de Bongor (Chad) en 2019.

Es también autor de las piezas breves Maldita felicidad y Celoso azul —publicada en el número 85 de la revista de teatro Ñaque—, y de las adaptaciones textuales Strindberg 1888 –La más fuerte y Humulus el mudo, de los originales de August Strindberg y Jean Anouilh, respectivamente —todas ellas estrenadas y representadas en varias capitales españolas.

Una mirada sobre el texto Ciudadano ejemplar de Gonzalo Campos.

 

Reseña de Antonio Morales Montoro.

 

En Ciudadana Ejemplar, Gonzalo Campos (Palma de Mallorca, 1976) nos sitúa en la Rusia de Stalin para contarnos una historia que nos atrapa desde las primeras líneas de diálogo. El detonante de esta obra es la muerte de Serguéi Kírov, líder del Partido Comunista de la Sección de Leningrado, el primer día de diciembre de 1934.  Esta circunstancia provoca una serie de detenciones en cadena. Cualquier ciudadano soviético sospechoso de militar contra la revolución puede ser considerado “enemigo del pueblo”. Miles de miembros del Partido Comunista Soviético, socialistas, anarquistas y opositores al régimen en general fueron vigilados, perseguidos y deportados a campos de concentración del Gulag, cuando no ejecutados. En ese contexto, inmerso el país en la conocida como Gran Purga o “Época de Yezhov” , se produce un encuentro entre la crítica literaria Lidia Chukóvskaia y la poeta Anna Ajmátova, esposa y madre respectivamente de Matvéi Bronstein y de Lev Gumiliov. La detención de los dos hombres mueve a las mujeres a una acción no exenta de urgencia, y la búsqueda de respuestas se convierte en uno de los principales bastiones de la acción dramática. Lidia y Anna comienzan una relación de amistad cimentada en el anhelo de justicia. A través de ese vínculo la dramaturgia arroja luz sobre la opacidad que siempre ha rodeado a la campaña de represión más sangrienta de la historia de Europa.

Los hechos que se cuentan transcurren a lo largo de tres años, desde 1938 a 1940, y este periodo de tiempo es suficiente para que la amistad entre las dos mujeres nos coloque como testigos en una encrucijada de caminos donde la esperanza y la angustia se dan la mano mientras se proyecta un horizonte de expectativas en la memoria colectiva_ como una sombra difuminada_ que nos recuerda con una lucidez atronadora que la historia jamás ha dejado de ser espejo de ella misma.

Llama poderosamente la atención el pacto de ficción de los personajes principales presentes en la obra, que juegan a ser otros, encarnando a otra galería de personajes ausentes pero fundamentales (no revelaré a quienes). El acertadísimo ardid de la representación dentro de la representación logra que la escena albergue otros espacios (excepto la última escena, todo sucede en la sala de estar de la casa de Lidia Chukóvskaia) donde se visibilizan acontecimientos reveladores para la historia que se cuenta.

Además, mediante este recurso se consigue que los futuros receptores (ya lectores, ya espectadores) reflexionen sobre sí mismos y sobre la finísima línea que separa a veces (la mayoría de las veces) los dominios de la realidad y de la ficción.

Campos ya recurre en obras anteriores (me viene a la cabeza Ninfolepsia)  a la estrategia de presentar la acción en lugares  herméticos (en aquella ocasión, una comisaría) donde el mundo de los personajes se acrisola en una complejidad psicológica subrayada por el colapso espacial. Hay pocas grietas por donde escapar de las situaciones asfixiantes que se nos plantean. Concretamete, en Ciudadana Ejemplar, la ausencia de los seres queridos se hace más dolorosa cuando uno se sabe al resguardo de la nieve que cae en las afueras. Incluso yo diría que la naturaleza convive como un personaje más en la disposición del Dramatis: la belleza de la nieve al caer cuando quien la mira está a salvo nos lleva a presentir las penurias en la existencia gélida de los personajes ausentes, quienes viven  (si es que viven, porque eso tampoco voy a revelarlo) en algún paraje remoto donde cualquier destino debe estar marcado por fuerza con  el estigma de lo funesto.

En otro orden de cosas, en Ciudadana Ejemplar  se lleva a cabo un ejercicio minucioso y voluntario de análisis del presente, puesto que la escritura toma consciencia de que las artes en general (y más específicamente el teatro)  se erigen como armas poderosas contra todos los totalitarismos, y desde esa toma de tierra precisa y eficiente se realiza un ejercicio dramatúrgico que convierte el contexto histórico de la peripecia en ocasión de oro para hablar de la contemporaneidad, para hacerla latir en el texto con inusitada vigencia. En ese sentido, un objeto del texto, la matrioska, funciona como metáfora prodigiosa de una vida que se parece a otras vidas, de un tiempo en el que confluyen todos los tiempos, de una ausencia donde duelen todas las ausencias.

En algunas escenas de la obra se acude a un recurso que bien podríamos denominar meta ficción, y que tiene que ver con la meta literatura pero no es propiamente meta literatura:  Lidia escribe una novela sobre una madre mientras la acción de la obra avanza con parlamentos que bien podrían pertenecer a la obra que la protagonista está escribiendo,  y al hacerlo convierte al texto en sí mismo en una suerte de matrioska (ya hemos hablado unas líneas más arriba de la importancia de este objeto) donde las cosas que suceden y las cosas que se escriben  se dan la mano para llegar a puertos donde la trama se viste con una compleja red de capas que nos interpelan. Y lo mejor de esta estructura es que todo este proceso llega al receptor de una manera orgánica, con sutileza, sin un despliegue desmesurado de artificios, puesto que la ,amo experta del dramaturgo ha tejido la urdimbre de la trama con la naturalidad de aquellos  zahoríes antiguos que encontraban el agua y saciaban la sed del prójimo sin hacer grandes aspavientos. 

La lucha de las dos mujeres rusas visibiliza el ejemplo de las protagonistas, mujeres silenciadas como tantas otras que jamás cesaron en el empeño de buscar a los suyos, a sabiendas de que a personas como ellas se las deportaba a los campos de trabajos forzados   durante una década cuando no se las ejecutaba: otro espejo más que el autor coloca en su texto para que el presente pueda asomarse a él y reflexionar sobre los delitos de lesa humanidad no solo del estalinismo sino también de otros conflictos más cercanos en el tiempo.

En definitiva, Ciudadana ejemplar es un texto afilado, certero y preciso, que convierte un asunto concreto (la búsqueda de personas desaparecidas en la Rusia totalitaria de Stalin) en un tema contemporáneo de rabiosa actualidad y que reivindica desde el teatro la innegociable necesidad de la memoria para que la humanidad no vuelva a condenarse, consagrando impunemente su existencia a repetirse como matrioska (de nuevo) ad infinitum: la dramaturgia subraya la idea de que en un olvido caben todos los olvidos.

Y no todos los olvidos son inevitables.

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