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BLANCO SOBRE BLANCO

Luis Fernando de Julián (Nani de Julián) Estudié fotografía y educación, entre otras cosas que no guardan relación con la dramaturgia pero que sin duda me han servido para enriquecer mis textos. Mis primeros pasos en las artes escénicas fueron como actor, seguidos por la labor de dirección, hasta recalar convencido en el perfil de dramaturgo. ¿Por qué? Porque escribir las palabras que brotan de los personajes que imaginan es el acto que mejor me desarrolla e identifica. Mis primeros proyectos fueron con la compañía Proyecto Memoria.

Un mirada sobre el texto Blanco sobre el blanco de Luis Fernando de Julián.

 

Reseña de  Antonio César Morón

 

Luis Fernando de Julián “Nani” (Madrid, 1977) sorprende a la comunidad teatral con este texto de adjetivación insistente ya desde su propio título, Blanco sobre blanco, que fue galardonado con el premio a la III Residencia de Autoría en Ultramar (2017/2018) convocada por la Sala Ultramar en colaboración con la Fundación SGAE y que, unos meses más tarde, apareció publicado por Ediciones Invasoras. Es importante tener en cuenta la imagen que el propio autor proyecta de sí mismo en el título biográfico final, definiéndose como “Dramaturgo y fotógrafo”; y es importante porque esta unión profesional de palabra e imagen va a marcar definitivamente su dramaturgia y, de manera muy explícita, esta obra.

 

Podríamos argumentar, en este sentido, cómo desde el mismo título se plantea una falta de contraste que permite el camuflaje, pues el blanco sobre el blanco, en principio, permitiría esconder, camuflar, distintos elementos de la realidad. ¿Pero de qué tipo de camuflaje estaríamos hablando? Esta es la pregunta clave sobre la que está girando este texto. Qué es posible observar y qué escapa a nuestra visión debido al camuflaje.

 

Para ligar con gran artificio técnico el tema al que nos traslada el texto con el argumento mismo de la obra, el autor construye un personaje protagonista, Carla, a la que desde el dramatis personae define como “joven documentalista guineana de inquietudes sin fronteras”. La profesión de Carla hace que, necesariamente, todos los demás elementos de la historia estén construidos en torno a ella. Porque ella es quien, como protagonista, llevará sobre sus espaldas el peso de la acción del texto, en una búsqueda incansable (que la ha llevado desde Guinea hasta el Mar de Barents en el Ártico) por construir un documental exitoso sobre la situación de desnutrición de los osos polares, a raíz de la explotación medioambiental y el cambio climático generado por el ser humano. Carla es conocedora de que la única manera de conseguir ese documental es la diferenciación, el contraste con los anteriores: “El color blanco sobre el mismo color blanco, no se aprecia, y sin embargo está ahí. Blanco sobre blanco…”. Eso que “está ahí”, camuflado, será el objeto de búsqueda por parte de la protagonista. Por otro lado, como hemos señalado ya, con respecto a ella misma se producirán una serie de contrastes que permitirán la creación – diferenciación del resto de personajes necesarios para hacer avanzar la historia.   

 

El primer contraste que establece el autor hacia este personaje está marcado por la dicotomía animal / humano, haciendo aparecer así como segundo personaje a Nanua, una osa polar adulta a la que se la define como “verso errante”. Nanua se convierte en la voz y el razonamiento de unos osos polares con los que, desde un documental emitido por televisión, es imposible empatizar. Humanizar a Nanua mediante un nombre, y la garantía del lenguaje y el razonamiento, se convierte en una necesidad que, trasladando el contraste del plano fotográfico al plano ético, consigue generar una identificación con el personaje, que permitirá al público lector sentir la tragedia de la desnutrición, del mismo modo que la sentiría si de seres humanos se tratase. Contrastar a través de la diferenciación para identificar: esa es la técnica, que también lleva a generar una identificación especial de la osa con Carla. En un momento dado, ella la interpelará: “No te comportas como el resto de osos polares. Me gusta. Yo tampoco me comporto como el resto de mujeres”. Hay algo que las une a las dos eliminando esa primera dicotomía inicial animal / humano. Quizás sea el haber sido arrastradas hasta el margen de la supervivencia: la osa, aniquilada por los zorros y por los osos machos que le roban la comida. Carla, ella misma lo define en un parlamento en el que se amalgaman el maltrato por parte de los soldados (zorros para la osa) y el maltrato por ser mujer (los osos que le roban la comida a Nanua): “El lugar del que procedo se convirtió en un infierno surcado de ríos de sangre. Una mujer solo abandona su mundo cuando entiende que no puede cambiarlo. Nuestro mundo somos nosotras mismas, nos decimos…pero no es lo mismo”. 

 

El segundo contraste establecido con respecto a Carla, con la finalidad técnica de hacer aparecer un nuevo personaje, está marcado fundamentalmente por la dicotomía experiencia / juventud. Así nos aparece el personaje de Dimitri, definido como “viejo meteorólogo ruso en los márgenes del mapa”. Será su experiencia la que mostrará a Carla el camuflaje decisivo que ella no es capaz de observar por la falta inicial de contraste: la explotación medioambiental del Ártico persiguiendo rutas comerciales más rápidas está generada por los mismos países que pagan y consumen los documentales sobre la situación del Ártico. Así, en plena borrachera de ron, el meteorólogo realiza la siguiente anagnórisis cargada de crítica social: “DIMITRI.- ¿Has escuchado los barcos? / CARLA.- ¿Qué barcos? / DIMITRI.- No, no los has escuchado ni los has visto… pero están ahí… […] Los barcos que aprovechan la delgadez del hielo en esta época para romperlo… Sí, lo rompen… Con la misma facilidad con la que tú y yo rasgamos un papel… ¿Sabes para qué? […] ¿No? Para abrir una ruta más rápida entre Oriente y Occidente… Todos los países quieren ser más rápidos… Todos quieren que sus cosas lleguen antes… ¿Y sabes lo que ocurre? […] Que aceleran aún más el deshielo. […] ¡Eh! ¡No quiero asustarte! Tranquila… ¡Tenemos la protección del Consejo Ártico! […] Ah… Espera… Esos barcos pertenecen a los mismos países que forman el Consejo…”.

 

El último contraste que vale la pena señalar es una propuesta plástica, visual, fotográfica, que desde las acotaciones mismas muestran al público lector la desaparición paulatina de los paneles blancos que simbolizan los bloques de hielo y que acompaña a la inanición cada vez más presente de la osa.

 

Nos encontramos, pues, ante un texto de gran artificio técnico conjugado con una extrema sensibilidad de carácter simbolista, con el que Luis Fernando de Julián, dramaturgo y fotógrafo, convierte el mensaje ético en torno al cuidado del planeta en un contraste emocional, persiguiendo una concienciación global verdaderamente comprometida.  

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