Un Incendio sobre la lluvia rara

 

Reseña de Mercedes León

 

Hacía un sol de justicia y un calor casi insoportable mientras me leía con fruición y una curiosidad que cada vez crecía más, la obra que me tocó en suerte reseñar: “Un incendio sobre la lluvia rara” de Kleber Luiz Bosque. Y digo esto, porque es de las pocas veces que he obviado la incomodidad de la situación en la que me encontraba, para seguir con la lectura de un texto que me agarró desde el principio, e hizo que olvidara todo lo demás. Sin darme cuenta me mojaba su extraña lluvia.

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 La obra está dividida en dos actos. El primero, consta de siete escenas y el segundo de tres.

He tenido la sensación, a lo largo de la lectura, de estar dando un paseo inquietante por cada una de casi todas las expresiones artísticas y por muchas emociones. En algunos momentos me ha parecido estar en un cine viendo una película, en otros se me han llenado los oídos de música y mientras Judy Garlan me llegaba al alma, Johnny Cash lo hacía al corazón.  He viajado en taxi junto a De Niro por las tripas de la noche, he sentido los efectos del alcohol y de la droga, he escuchado muy de cerca el grito de la tristeza, del aburrimiento, de la culpa, del paso inexorable del tiempo. He podido ver una especie de lienzo gigante donde aparece un cuartucho maloliente, sucio como el realismo que lo envuelve, oscuro, gris y húmedo como la débil luz que se aprecia a través del ventanal. Me ha llegado el olor denso y pesado de la habitación. Olor a cerrado, a vino agrio, a tabaco, a sudor y a semen reseco.

Kleber, ha sido capaz, con este texto, de hacerte viajar no solo a sitios y lugares que muy bien pudieran ser los tuyos, sin la necesidad de haber estado en ellos. También te arrastra a pasear por emociones y estados de ánimo que, aunque no te pertenezcan, te resultan cercanos por lo que de universalidad conllevan.

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Es curioso como a través de Edmon y Jacobo, vamos conociendo a otros personajes que, sin salir en escena, pero gracias al perfil que el autor por medio de los dos protagonistas nos dibuja con maestría, nos terminan resultando familiares, e incluso a veces, llegamos a ponerles rostro. 

Tal ha sido la influencia en sus vidas y caracteres de estos personajes “ausentes”, que una gran parte de las decisiones que un día tomaron, se la deben a ellos.

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Edmon y Jacobo, bien pudieran ser las distintas caras de una misma moneda. Los personajes, en algunas de las escenas, hacen un recorrido por un pasaje de su infancia y más tarde por otro de su juventud. Y se nos muestran como dos niños, y dos jóvenes que nos hacen vislumbrar en lo que el tiempo los va a convertir llegada la madurez. Y es ahí, donde vuelven a reencontrarse después de un vacío de cinco años. Ese vacío se nos muestra como un tiempo muerto que ha hecho mella en ellos. Como un puente roto que impide pasar de un extremo a otro. Como un coma profundo del que no sabes si vas a despertar. El vacío y la derrota son difíciles de ocultar, y cuando te llegan, la desolación te traga. Edmon y Jacobo lo saben. Saben que cuando los sueños no se pueden cumplir te abraza la rutina.

Cinco años. 96 meses…206 semanas…1825 días y 43830 horas. Fechas que se repiten a lo largo de la obra como un vómito de reproches. Y rozando el final, nos encontramos un duelo, un cara a cara entre Edmon, convertido en John Wayne y Jacobo en Hanki Chinaski, el alter ego de Bukowski. El autor establece una dicotomía constante entre ellos, y gracias a eso, asistimos, como en un partido de tenis, a estar atentos al recorrido de la pelota (la palabra) que va de uno a otro, esperando ver qué ocurre con ella.

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Una de las cosas a destacar de la obra (aunque han sido muchas) y que me ha hecho disfrutarla al máximo, ha sido precisamente como está estructurada dramatúrgicamente. Hay en ella una fusión entrelazada que provoca laberintos y cortocircuitos que te hacen estar atento a lo que está ocurriendo en ese momento, quizás también a lo que ocurrió… pero nunca a lo que pueda ocurrir en un futuro. Es decir, me he imbuido en un texto, en una historia, en la cual, lo más importante, sorprendente e inquietante es “lo que son y lo que fueron”. Lo que serán, el final, las posibles soluciones… pasan a un segundo plano. Tal de absorbente es el texto, que el autor nos quita el peso de tener que decidir, de tener que optar, de tener que salvar algo o a alguien.

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Por Mercedes León

Dramaturga, Directora Teatral y profesora de Interpretación en ESAEM Es con-fundadora y directora de la compañía Brea Teatro. Ha participado como actriz en la película La Isla mínima donde fue nominado el premio Goya a la mejor actriz de reparto y premiada como mejor actriz de reparto de la Unión de Actores y Actrices. 

” Diploma de Honor concedido por la Escuela Superior de Arte dramático de Málaga en reconocimiento a su Trayectoria Profesional”

“Medalla de Oro del Ateneo de Málaga por su Labor, Dedicación y Divulgación del Teatro”.

Es autora de obras como: Cinco Cubiertos, Toque de queda, La noche no duerme, El Perfil izquierdo de Ricardo, El sabor de la yuca, A Sangre, El regalo, Tres deseos, Face to Face, El Escondrijo, El desacato, El tiro por la culata, Yo Me Piro, La Mirada de la Otra, La Maldición de Fedra, Al Pasar la Barca…

Algunas de sus obras han sido publicadas en el extranjero (Nueva York, México) y traducidas al francés e inglés.)